N°1 / La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes et la littérature mexicaine des XX et XXIe siècles

Gonzalo Guerrero de Eugenio Aguirre: una epopeya íntima de lo indecidible

Cécile Quintana

Résumé

Le roman Gonzalo Guerrero de Eugenio Aguirre (1981) s’intéresse à la trajectoire imprévisible et accidentée du conquistador Gonzalo Guerrero qui, en 1511, fait naufrage sur les côtes du Yucatán, là où Cortés débarquera avec ses troupes en 1519. A partir de ce fait historique, Eugenio Aguirre élabore une nouvelle sémantique du naufrage d’un point de vue psychologique et épistémique. En effet, en déviant de sa route initiale qui se conclut par un naufrage, Guerrero fait également dévier son identité. Quand Cortés se présente devant lui, non seulement il refuse de rejoindre les troupes de ses coreligionnaires espagnols mais il leur déclare la guerre. Comme Espagnol accidenté, il a subi – assumé ? – un processus d’acculturation inédit et radical qui l’amène à fonder la première famille métisse. Si les chroniques n’hésitèrent pas à le condamner comme traître, le roman, comme lieu d’une énonciation potentiellement contradictoire, déconstruit les schémas binaires de la morale patriotique pour mettre en lumière le personnage à partir des pièges que lui tend sa propre conscience dès lors qu’il tente de répondre à la question : qui suis-je ?

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Resumen

La novela Gonzalo Guerrero del mexicano Eugenio Aguirre (1981) se interesa en la imprevisible y accidentada trayectoria del conquistador Gonzalo Guerrero, quien, en 1511, naufraga en las costas del Yucatán, ahí mismo donde Cortés desembarcará con sus tropas en 1519. Con base en este fundamento histórico, Eugenio Aguirre resemantiza la idea de naufragio desde una doble perspectiva psicológica y epistémica. Al desviarse Guerrero, pues, de su ruta inicial para terminar naufragando en Yucatán, también se desvía de su identidad. Cuando llega Cortés, no sólo se niega a reintegrar las tropas de sus correligionarios españoles, sino que les declara la guerra. Como español accidentado, ha sufrido –¿asumido?– un inédito y radical proceso de aculturación que lo lleva a fundar la primera familia mestiza. Si bien las crónicas españolas no dudaron en reducirlo a un mero traidor, la novela, como lugar de una enunciación potencialmente contradictoria, derrota los esquemas binarios de la moral patriótica para enfocar al personaje bajo la luz de las trampas que le urde su propia conciencia a la hora de contestar a la pregunta: ¿quién soy ?

Palabras claves/ Trayectoria, naufragio sicológico, aculturación, mestizaje, identidad

La novela Gonzalo Guerrero (1981) del mexicano Eugenio Aguirre, premiada con la Medalla de Plata de la Academia Internacional de Lutèce-Paris, da cuenta de la imprevisible y accidentada trayectoria del conquistador Gonzalo Guerrero cuya primera semblanza se encuentra en la crónica de González Fernando de Oviedo de 1549. También se observan huellas relevantes de su vida en las crónicas de Francisco López de Gómara y Bernal Díaz del Castillo. Al haber participado en las tres expediciones al Yucatán con Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo valora su papel de testigo y, por lo tanto, la autenticidad de su relato frente al de Gómara quien nunca fue a las Indias. El propio Eugenio Aguirre desacredita a su vez a Gómara al considerar que éste reelabora e inventa los hechos, que nunca presenció, a partir de las cartas de Hernán Cortés. Si bien los cronistas aportan interpretaciones ligeramente distintas sobre la personalidad de Guerrero, la cronología de los hechos no introduce la menor duda sobre el evento que hizo bifurcarse el camino de aquel indócil conquistador.

Gonzalo Guerrero se niega a reintegrar las tropas de sus correligionarios españoles cuando Cortés llega a las costas del Yucatán en 1519, después de que allá mismo naufragara Guerrero, ocho años antes. En aquel reencuentro, no sólo Guerrero es renuente a ser “rescatado” por los españoles sino que, contra ellos, se vuelve un aliado irreductible de los mayas –con quienes ha vivido desde 1511– para intentar arruinar los planes de conquista de la Corona española. Con base en este fundamento histórico, Eugenio Aguirre resemantiza la idea de naufragio desde una doble dimensión psicológica y epistémica. Al desviarse Guerrero, pues, de su ruta marítima entre el Darién y la Española, para terminar naufragando en Yucatán, también se desvía de su identidad. Como español accidentado, sufre –¿asume?– un inédito y radical proceso de aculturación que no deja de intrigar. Si bien las crónicas españolas no dudaron en reducirlo a un mero traidor extraviado en el limbo de su inconsciencia, la novela propone una construcción e interpretación más compleja y sutil del personaje que desafía y derrota los esquemas binarios de la moral patriótica. Así, mediante un propositivo manejo de los tipos narrativos, Aguirre logra darle forma a la novela no sólo como estructura sino como lugar de enunciación de una identidad ambivalente y casi inasible, más allá del mero plano ideológico definido por los intereses de la historia oficial de la Conquista. La novela como espacio de una enunciación potencialmente contradictoria no pretende tajantemente condenar o ensalzar al personaje sino enfocarlo bajo la luz de las trampas que le urde su propia conciencia a la hora de contestar a la pregunta: ¿quién soy 

El naufragio: un desvío y accidente de ruta

En 1511, Gonzalo Guerrero sale con la expedición que pretende alcanzar la Española desde el Darién, bajo el mando de Pedro de Valdivia, quien depende a su vez de Núñez Vasco de Balboa, el fundador de la primera colonia americana permanente en el continente. En el barco, junto con los esclavos, se encuentra el quinto real destinado a la Corona que se entregará al llegar a la Española. La travesía prevé una primera etapa en Punta Gallinas, en el extremo norte de Colombia. Pero ante la amenaza de una tormenta, la tripulación se pone de acuerdo para desviarse y alcanzar la isla de Jamaica. Se produce entonces un enfrentamiento entre Valdivia y uno de los pasajeros, Arriaga, el representante de la autoridad eclesiástica, acusado de ser un espía de Nicuesa, el gobernador de Veragua y enemigo declarado de Balboa. Arriaga desconfía de Valdivia, pensando que éste quiere quedarse con la parte que le pertenece a la Corona sobre la trata de los esclavos. En efecto, acusa a Valdivia de idear el naufragio en la isla de Jamaica, para declarar la muerte de una parte de los esclavos cuyos nombres se borrarán de las listas, menguando así, proporcionalmente, la tasa que pagar. Aún hoy no se sabe a ciencia cierta si el naufragio procede del cálculo o la prudencia. Sin embargo, lo que sí queda claro, es que nadie hubiera podido anticipar las crueles repercusiones del accidente sobre un puñado de hombres desamparados. El barco llega hasta Jamaica, chocando contra los llamados arrecifes Alacranes de modo que termina por hundirse con la mayoría de los pasajeros. Sólo dieciocho, entre los cuales Gonzalo Guerrero y el padre franciscano Jerónimo de Aguilar, logran salvarse en una canoa. Perdidos en alta mar, empieza entonces para ellos una serie de caóticas y espantosas pruebas; faltos de comida, unos terminan por morirse, otros, arrebatados por la fiebre o la locura, agonizan miserablemente, extremados en su instinto de supervivencia:

En sus ojos se había fijado una inmensa tristeza, pues sabían que iban a morir sin que nosotros pudiésemos hacer nada por ellos. El verlos así me desesperó a tal grado que, despojándome de los tabúes del asco, les abrí las mandíbulas y les escupí toda la saliva que aún conservaba. (Aguirre 102)

La travesía del infierno termina en las costas del Yucatán. De nuevo, en tierra incógnita, los sobrevivientes se enfrentan a una racha de peligros e insufribles actos de barbarie. Son capturados por los indios Cocomes, y cuatro de ellos se ven sacrificados y hechos pedazos:

Cerré los ojos cuando vi que Valdivia moría como mueren las reses de mi tierra, acanalado por el pecho. Abrí los párpados para ver cómo su corazón era desgajado de sus entrañas y comido por el aberrante verdugo. (Aguirre 102)

Gonzalo Guerrero y Jerónimo de Aguilar consiguen organizar su evasión y la de sus compatriotas para escapar de las manos de sus verdugos. Los obstáculos se multiplican de nuevo por la selva, en medio de una fauna desconocida y amenazadora, antes de llegar a la ciudad de Xamanha habitada por los enemigos de los Cocomes: los Tutul Xiúes. El cacique Taxmar los entrega al chamán Teohom para esclavizarlos. De aquellos años de sufrimiento e humillaciones, sólo sobreviven Gonzalo Guerrero y Jerónimo de Aguilar. Como metonimias del proceso de conquista, estos dos personajes simbolizan las armas más irreductibles del sometimiento a la cultura y poder del invasor: la espada y el Evangelio. Con todo, esta asociación simbólica supuestamente indisociable se fisura. Lo que hermana a aquellos dos naufragados, en la adversidad, no hace converger sus opciones de vida. Guerrero, en su radical oposición a Aguilar, se amolda duraderamente a la cultura de los enemigos de la Corona. Después de ocho años de plena y asumida aculturación, se niega a unirse a sus compatriotas, al contrario de Aguilar, quien interpreta la llegada al Yucatán de las tropas de Cortés, en 1519, como una señal providencial. Desde la terrible y no menos iniciática travesía en canoa, el propio Guerrero intuye íntimamente el cambio estructural que viene preparándose y que abordamos como un desvío y accidente de su identidad inicial: “La brutalidad de lo que he vivido en estos cinco días […] ha minado mi estructura axiológica” (Aguirre 77). Después de estas líneas introductorias que enmarcan la trayectoria histórica del personaje, veamos qué consistencia epistémica le da la novela a aquella estructura axiológica quebrada en sus fundamentos.

El proceso de aculturación: un “accidente axiológico”

Al tratarse de una novela, Aguirre aprovecha algunas herramientas narratológicas para darle mayor espesor al personaje de Guerrero como construcción. Lo primero que le permite la ficción es una transfocalización entendida según Gérard Genette, o sea, una lectura de la Historia a partir de un punto de vista jamás expresado oficialmente. Así, el personaje de Guerrero, cuya palabra se ve totalmente silenciada en la crónica de Bernal Díaz del Castillo, ocupa aquí un espacio privilegiado como narrador. La transfocalización genera inevitablemente una transvocalización ya que Guerrero no puede imponer eficazmente su punto de vista por una voz que no sea la suya. Esta estrategia la observamos en muchos autores que han potenciado de manera muy propositiva los recursos de la nueva novela histórica. Podemos citar a Carlos Fuentes y su libro de cuentos El naranjo, publicado algunos años más tarde, en 1993, en el que Jerónimo de Aguilar se hace narrador omnisciente, desde su muerte, reivindicando su estatus privilegiado de testigo ocular. Así, en el cuento “Las dos orillas” pretende revelar una visión de los hechos más justa y verdadera que la de ciertos historiadores oficiales de la Conquista como los citados López de Gómara u Oviedo.

En la novela de Aguirre, el primer capítulo es asumido por una voz impersonal. Después, toma el relevo el yo de Gonzalo Guerrero hasta el capítulo VI, es decir, justo a la mitad de la novela. Ahí la voz impersonal se impone de nuevo durante un capítulo solo, y vuelve a esfumarse ante la de Gonzalo Guerrero en primera persona, hasta el final. Este esquema viene significando, narratológicamente hablando, el mencionado desvío y accidente de la personalidad. Para mayor claridad y eficacia demostrativa, nos basaremos en el estudio de los tipos narrativos de Jaap Lintvelt y sus conceptos de actor y centro de orientación que permiten afinar los de personaje y narrador1. Así, en la primera parte, el personaje-actor Guerrero (el que sufre los acontecimientos) y el personaje-narrador Guerrero (el que los cuenta) comparten la misma identidad pero no la misma perspectiva. En efecto, cuando el actor-Guerrero aún no se ha aculturado y sigue identificándose con su cultura española, la perspectiva del narrador-Guerrero hecho Nacom2 es la que orienta, sin embargo, al lector. Nos situamos dentro de una narración homodiegética de tipo auctorial, según las categorías establecidas por Lintvelt –explicadas a pie de página. Para dar sólo un ejemplo de esta estrategia narrativa y apreciar sus efectos, someteremos al análisis la ya referida escena del sacrificio de los cuatro españoles. La descripción cruda de los cuerpos torturados imprime, a pesar de todo y de modo algo inesperado, cierta complacencia, como si los códigos de los indígenas, ignorados a priori por los españoles, cobraran con todo sentido para Guerrero, quien parece, sin aún haberse aculturado, entenderlos:

Un ligero olorcillo a incienso, que provocaban al quemar una resina gomosa y seca a que mentaban poom, llegó anunciándonos que se acercaba el momento en el que los naturales se recogían en la casa principal del poblado, en la que ostentaban los adornos más preciosos, a entonar alabanzas a sus ídolos y a escuchar la voz de los chilanes, quienes adivinaban el porvenir y emitían oráculos sobre los recién nacidos. (Aguirre 95)

Si Guerrero identifica tan eficazmente los códigos y palabras de otra cultura que no es la suya en el momento del sacrificio es porque los ha integrado en su perspectiva de personaje-narrador. Es de notar que el relato multiplica las prolepsis, como para significar esta perspectiva a posteriori propia del personaje-narrador: “A éstos, después lo supe, les llaman tupiles […]” (Aguirre 94; subrayado nuestro). El tiempo posterior del conocimiento (“lo supe”) remite al tiempo de la aculturación. En cambio, en la segunda mitad de la novela, la perspectiva de Guerrero-actor, ya aculturado, coincide perfectamente con la del personaje-narrador: para entonces nos encontramos con una narración homodiegética de tipo actorial. ¿Qué traduce este cambio de tipo narrativo? Esta mutación del yo-actor, significada narratológicamente, da cuenta del accidente de su personalidad. Así, podríamos considerar que el yo de la primera parte es español mientras que el de la segunda es chele. El capítulo intermediario (cap. VI), justo en medio de la novela, donde se impone de nuevo la voz impersonal, cumple una función transitoria al preparar el desliz –o desvío– entre los dos tipos narrativos identificados en el sistema de Lintvelt. Veamos: el capítulo VI empieza con una indicación temporal dentro del calendario juliano occidental:

Corría el año del señor de mil quinientos y catorce, última fecha del calendario juliano que pudo haber sido conocida por Gonzalo Guerrero […]. (Aguirre 123; subrayado nuestro)

En cambio, a partir del capítulo VII, y como en forma de eco a la primera frase del capítulo anterior, el –nuevo– yo aculturado apunta las fechas en el calendario indígena nuevamente asimilado:

Todo eso sucedió en el transcurso del mes Zac, dos meses antes de que se pidieran las lluvias y se celebraran las ceremonias nupciales que aseguran la reproducción de la raza y la continuidad de la estirpe. (Aguirre 155; subrayado nuestro)

Así, el desvío identitario está significado con las herramientas de la narración que la literatura suele usar y potenciar en forma creativa más que otro tipo de discurso. Se observa una calculada transposición narratológica del mismo proceso de aculturación por el cual Guerrero se vuelve un miembro activo y apreciado de la comunidad de los Cheles. Este reconocimiento sucede tras múltiples y terríficas pruebas que le han permitido acceder al grado de Nacom, hasta casarse con la princesa Ix Chel Can y tener tres hijos. Así, le confiesa al padre Aguilar, sin vacilar: “Mis afectos, mi amor están aquí en esta tierra [...]” (Aguirre 181). Más unívocamente aún, se enorgullece de ser “un chele como los demás hombres de Ichpaatún, de Chetumal” (Aguirre 179). Podría compararse el recorrido de Guerrero con el de Cabeza de Vaca3, quien, después de naufragar en 1527 en Florida, se quedó durante ocho años con los indígenas como comerciante y curandero. Sin embargo, el proceso de americanización no es comparable; en el caso de Guerrero, se trata de un descentramiento de su identidad total e irreversible que lo mueve a abandonar su sistema de valores original: “Ya nada quedaba de mí, de aquellos naranjos andaluces, de aquellos gitanos de la tierra” (Aguirre 179). No queda nada ni siquiera de su físico, como lo notaron los españoles de Cortés según las crónicas, al identificar con dificultad su silueta detrás de sus tatuajes y orejas perforadas. Su cuerpo, de cierta manera, también ha sufrido un accidente. Pero al contrario de Jerónimo de Aguilar, los sufrimientos que ha conocido –la esclavitud y los trabajos forzados– le han ido señalando un camino iniciático al cabo del cual se ha hecho otro, hasta volverse el otro, el extranjero, capaz de luchar con los españoles para derrotar su empresa de conquista. Su negativa de irse con ellos es lo que la Historia ha consignado de él; puede leerse en la crónica de Bernal Díaz del Castillo: “Y por más que [se] le dijo y amonestó no quiso venir […]” (Díaz del Castillo 125). Al enterarse de aquel empecinamiento, Cortés intuye el peligro: “En verdad que le querría haber a las manos porque jamás será bueno” (Díaz del Castillo 47). La negativa traduce una forma de repudio (“me hallé repudiando a mi raza y a mi religión” Aguirre 40) que venía procesándose en realidad antes de la conversión cultural definitiva. En cuanto llega a América, Guerrero formula algunas reservas acerca de la trata de los esclavos. Cuando se entera por Arriaga de que la Iglesia apoya este tráfico, se ve anonadado. Sus certidumbres y su fe cimbran hasta provocarle profundas dudas:

[…] me molesta enterarme de cosas que ofenden a la voluntad de Cristo, el buen Dios. Esclavitud bajo sus hábitos […] es algo que me pone al borde de miles de dudas […] ya lo han dicho, estos seres [esclavos] son casi como animales […]. Yo con eso quisiera conformarme, pero… (Aguirre 27)

Poner en tela de juicio el orden cristiano significa cuestionar las bases de su identidad, en una época de Conquista en que la religión define la identidad individual y colectiva de manera aún más declarada y fundamentada. Su actitud autoreflexiva y autocrítica (“me hallé discutiendo conmigo mismo”, Aguirre 40) traduce una disposición del ánimo listo para abrirse a otro orden posible, a entenderlo y adoptarlo. Es lo que se produce en el Yucatán, donde el accidente en el sentido literal, el naufragio, trae nuevas respuestas a las dudas del personaje. La odisea de Guerrero es la odisea del significado. Aguilar sin embargo no tiene la menor predisposición para reconocer, comprender y asimilar otro orden que no sea el suyo. Esta imposibilidad para él de crear sentido fuera de su sistema de creencias e ideas se traduce por la pérdida casi total de la palabra cuando se produce la primera escena de sacrificio antropófago:

El padre Jerónimo había envejecido en unas cuantas horas. Sus sienes se habían teñido de canas prematuras y sus manos temblaban de espanto. Quería hablarnos, mas las palabras se convertían en quejidos, en sollozos que le hacían tartamudear y mudar el sentido de lo que quería decirnos. Un par de años tardaría en recuperar su dicción normal. (Aguirre 90)

El espectáculo de los cuerpos espetados y descuartizados resulta insostenible; Guerrero incluso cierra los ojos, pero más allá, lo que le impide producir sonidos articulados a Aguilar es la incapacidad por producir sentido frente a lo que no puede tenerlo según él. Lo que hace insoportable el acontecimiento no es su crueldad ni barbarie sino su falta de sentido: nada parece poderlo justificar. De manera antitética, Guerrero, hecho padre en su comunidad de adopción, acepta sacrificar a su hija dentro de un sistema de valores que lo requiere y justifica cuando resulta impensable para la cultura occidental de la cual procede4. Al sacrificar a su hija inocente, Guerrero pretende salvar a su pueblo de una plaga de saltamontes. Si bien aquella escena de sacrificio resulta desgarradora, en ella no se cifra ninguna forma de espanto ni repugnancia como en la primera que evocábamos, a pesar de tratarse de un ser indefenso matado por su propio padre. Al contrario, desde la perspectiva del personaje-narrador que le sirve de centro de orientación al lector, el sacrificio es señal de amor a la hija y a la colectividad. La hija es una elegida; considerada, entre todas, como digna de salvar a su comunidad. El sacrificio se inscribe así en un nuevo orden de valores asimilado por un personaje-actor aculturado –posterior al personaje-actor no aculturado del principio de la novela– cuya perspectiva coincide totalmente con la del personaje-narrador. En este capítulo se ha borrado el hiato antes señalado entre los sentimientos y percepciones del personaje-actor y los del personaje-narrador. La coincidencia de sus perspectivas hace, pues, coherente, y por consiguiente aceptable, el sacrificio. De ahí se entiende que en la primera parte, el desfase de las perspectivas llevara a la no aceptación del sacrificio por parte de los españoles y, en el caso de Guerrero, a una confusión de los sentimientos, entre espanto y respeto: “Comencé a respetar a nuestros crueles enemigos” (Aguirre 91). Bien se ve que estas estrategias narrativas, que determinan hábilmente la estructura de la novela, son las que orientan al lector. Los sentimientos hacia los personajes son cuestiones de andamiaje narratológico y no de psicología. Este montaje entrega una visión que contradice la de las crónicas que ven en Guerrero la encarnación del mal intuido por Cortés en cuanto supo que Guerrero no se quería reunir con los suyos. Estos habían dejado, precisamente, de ser los suyos. ¿Para y por qué ?

Guerrero: ¿un fundador?

En definitiva, entendemos que el accidente inicial actualiza potencialidades inéditas de cambio de identidad. Guerrero funda una familia, es reconocido como parte de la comunidad de los cheles y contribuye a que nazca una nueva raza: la aludida raza cósmica de Vasconcelos5 del epílogo:

En la leyenda ha quedado tu nombre, estrella de sangre, rubia gema que veniste a acrisolar la raza, la nueva estirpe, la cósmica aventura de los nuevos pueblos […].         (Aguirre 223)

Más explícitamente, es el padre franciscano Aguilar quien rehabilita a Guerrero como fundador del mestizaje. Si Aguirre retoma literalmente el diálogo que transcribió Bernal Díaz del Castillo entre los dos protagonistas, acerca del hijo de Guerrero, modifica sin embargo el final:

-Este niño, Gonzalo, a pesar de que se le ha aplastado la cabeza y se le han trastabado los ojitos, tiene toda la facha de un hispano. Esta criatura ni es español ni es indio chele, es de una nueva raza de hombres y es el primero. ¿Estás consciente de ello ?

-Lo estoy padre y me causa gran orgullo. Ahora puedes entender ¿por qué no acudo a donde están las naos y me voy […] ?

-¡Perfectamente Gonzalo Guerrero, no puedo ser ciego ante lo evidente! Adiós hijo; Dios te guarde. (Aguirre 187)

El padre absuelve al traidor y la ficción pone a Guerrero en el centro de la Historia cuando oficialmente se le había mantenido a la periferia. Así, la pareja formada por Cortés y la Malinche se ve desplazada por la de Guerrero y su mujer para ubicar el origen del mestizaje en un acto de amor y respeto, y no de usual opresión y violencia: “La mayoría ha tenido que amancebarse con indias tomadas por la fuerza bruta […]” (Aguirre 30). Desde una perspectiva contrahistórica, la mujer indígena ya no es considerada como una presa sino como un premio, pues Guerrero ha tenido que aceptar los términos de un pacto muy duro para poder casarse con su amada. No sólo no ha usado contra ella ningún tipo de violencia sino que le han impuesto un periodo de abstinencia de dos años antes de poder celebrar su boda. De modo que él ha sido el que ha conocido cierta forma de violencia física, según las modalidades de aculturación recordadas por Serge Gruzinski y que se ven transferidas aquí a un español:

A cette conquête des esprits s’ajouta une conquête des corps destinée à soumettre la famille, le mariage et les habitudes les plus intimes aux normes universelles de l’Eglise […]. Enfin, le contrôle des âmes passait aussi par celui de la chair et des plaisirs les plus secrets, comme le révèlent les manuels de confessions rédigés en langue indigène. (Gruzinski 94)

La formulación del mestizaje propuesta por Jerónimo de Aguilar transciende las categorías del bien y el mal. En realidad su fórmula excluye, para unirlos aún más, dos componentes: “ni es español, ni es chele, es de una nueva raza”. Igual que en el caso de una fórmula matemática, la asociación de dos signos negativos (-/-) produce un signo positivo (+): “ni + ni = es”, sosteniendo la fórmula de la identidad en una afirmación enunciativa (“+”/ “es”), acorde con las modalidades destacadas por Edmond Marc para definir las relaciones de identidad en el campo de la psicología:

[…] la idenditad nace […] primero de la afirmación de quien la enuncia, [ya que es] en último lugar un efecto de enunciación […] la relación de identidad puede ser reducida a esta fórmula: “lo que es, es; lo que no es, no es”. (Marc 17)

La formulación de la identidad de Guerrero no se resuelve sin embargo con la facilidad apuntada por Marc. Se intuyen, pues, desde el principio de la novela, varias dudas de orden metafísico que irán ampliándose a medida que se enfrentará Guerrero con los españoles. La fuerza enunciativa del no enunciado por Guerrero a la hora de renunciar a reintegrar su comunidad española, raya en un acto performativo que consiste en declarar la guerra a los españoles y generar en él una forma de intranquilidad duradera:

Irascible en extremo durante los días que sucedieron a la última matanza de españoles en Champotón, me tiré al monte y me dediqué a cazar a las bestias más feroces, a las más sanguinarias […]. (Aguirre 179)

Su estado de extrema desorientación puede justificarse por el hecho de que él mismo se considera como un traidor pero, más allá, se explica por la incapacidad de sostener la enunciación de su identidad en una afirmación rotunda, tal como lo plantea Edmond Marc. Guerrero se define más bien bajo el signo de una contradicción irresuelta: soy y no soy español. Es lo que significa cuando, por un lado, asume ser chele y por otro, un traidor: “Me sentí como Judas” (Aguirre  222). Un traidor lo es por sentirse parte de la comunidad a quien, precisamente, traiciona; ante unos enemigos, uno se define como un combatiente u opositor, mas no como un traidor. La traición implica un vínculo de pertenencia asumido. Al contrario de lo que sucede con la formulación del mestizaje (pues ésta raya en una afirmación: ser mestizo), en el caso de Guerrero, los signos de su fórmula identitaria desembocan en una contradicción e incompletud: soy(+) “y” no soy(-). En efecto, la identidad es lo que hace que un ser sea único pero también idéntico a los de su comunidad:

Por una parte, la identidad designa el carácter de lo que es único y por lo tanto distingue a cada uno y lo diferencia irreductiblemente de los demás. Por otra parte, significa la similitud perfecta entre objetos distintos; en este caso, la identidad es el hecho, pues, de ser idéntico a los demás. La identidad radica, así pues, desde el punto de vista de su definición, en la paradoja de ser a la vez lo parecido y distinto, lo único e idéntico a los demás. (Marc 17)

Si bien el carácter único del individuo Guerrero, o sea, su alteridad radical, no da lugar a dudas, lo que no logra enunciarse en cambio es su relación de similitud: ¿un chele, un español ? No es un mestizo tampoco, de modo que su identificación con la nueva raza no puede enunciarse pues la identidad nace de la afirmación que la enuncia (“es de una nueva raza” dice Jerónimo de Aguilar). Aunque lleva las marcas físicas de su pertenencia a la comunidad indígena, éstas no bastan para declarar una similitud total con ella. En su obstinada búsqueda de sentido, Guerrero no puede conformarse con interpretar señales corpóreas como respuestas definitivas e unívocas a la pregunta fundamental de saber quién es. La enunciación de su identidad es, pues, incompleta, indecidible y, por lo tanto. indecible.

Conclusión

La cuestión de lo indecidible es lo que le atormenta a Guerrero. A pesar de asumir su rechazo de reunirse con los españoles, no deja de enfrentarse con su propia conciencia para entender lo que ha llegado a “ser-y-no-ser”. Es la verdad de este diálogo contradictorio consigo mismo lo que la novela trata de plantear y cuestionar con las herramientas propias del discurso literario. Si bien la Historia se esfuerza por hacer que los acontecimientos encajen en la categoría de lo decible y decidible (se dice y decide que Guerrero es un traidor), la ficción enfatiza las dudas y debilidades que enuncian, sin resolverla, la personalidad compleja y vulnerable de un personaje pensado como un ser escindido, así como lo enuncia él mismo a modo de despedida a Jerónimo de Aguilar: “Adiós Jerónimo de Aguilar. Reza por mi alma y olvídate de mi cuerpo” (Aguirre 184). El cuerpo puede travestirse, el alma no. Aunque Guerrero no puede acceder a la plena formulación de su identidad, sí sabe dónde se halla. Como lugar irreductible de la profunda e íntima verdad del ser, el alma no engaña. Desde esta perspectiva transhistórica está escrita la ficción y revelada, como enigma anti binaria y epopeya íntima de lo indecidible, la identidad de Guerrero.     

Bibliografía

AGUIRRE, Eugenio. Gonzalo Guerrero. México, Ed. Diana: 1991.

DIAZ DEL CASTILLO, Bernal. Historia verdadera de conquista de la nueva España. Madrid, Espasa-Calpe: 1928.

GRUZINSKI, Serge. La pensée métisse. Paris, Fayard: 1999.

LIMTVELT, Jaap. Essai de typologie narrative. Paris, Ed. Corti: 1989.

MARC, Edmond. Psychologie de l’identité. Paris, Dunod: 2005

NOTES

1 Jaap Lintvelt elabora una tipología narrativa a partir de la nocíon de actor y de centro de orientación del lector que remite a la posición imaginaria que este ocupa en el plan perceptivo-psíquico, temporal y espacial. En cuanto a la noción de actor, permite afinar la de personaje, insuficiente para Lintvelt cuando se trata de describir al que puede asumir o bien una función de representación (como narrador) o bien una función de acción (como objeto del acto narrativo) o las dos a la vez. A partir de estas nociones, elabora un sistema de diferentes tipos narrativos, dentro de las dos formas narrativas básicas: la narración heterodiegética y la narración homodiegética. La primera se elabora en tres tipos que dependen de dónde se sitúa el centro de orientación del lector; si coincide con el punto de vista del narrador, tenemos un tipo narrativo auctorial, si coincide con el de uno o varios actores, tenemos un tipo narrativo actorial, si no coincide con ninguno de los dos, tenemos un centro de orientación no individualizado, tipo cámara fija. Dentro de la narración homodiegética, no existen más que dos tipos narrativos: o el lector es orientado por la perspectiva narrativa del personaje-narrador o por la perspectiva del personaje-actor.

2 Jefe guerrero

3 Nacido en 1507 en Jerez de la Frontera y muerto en Sevilla hacia 1559. Participó en la expedición de Pánfilo de Narváez, en Florida, en 1527.  El escritor argentino Abel Posse reconstituye su recorrido y personalidad en una novela algo lírica, El largo atardecer del caminante, publicada en 1992 y que forma parte de su Trilogía del Descubrimiento.

4 Tenemos un ejemplo en la Biblia, con Abraham, dispuesto a sacrificar a su hijo, pero este acto no deja de ser un caso individual que no remite a una escala de valores fundada en la necesidad de ritualizar los sacrificios humanos.

5Ministro de Educación en México entre 1921 y 1924. Autor de La raza cósmica entendida como la quinta raza que uniría a las otras cuatro: la blanca, la negra, la india, y las de los mongoles

L'auteur

Cécile Quintana est une ancienne élève de l’ENS, agrégée d’Espagnol, actuellement Professeur des Universités à l’Université de Poitiers où elle a assuré la direction du CRLA-Archivos (Centre de Recherches Latino-américaines de Poitiers – Equipe de l’ITEM-UMR/CNRS-ENS 8132) de 2015 à 2023. Ses thématiques de recherches portent sur les « Voix et générations émergentes de la littérature hispano-américaine » à travers plusieurs axes : la fiction et la non-fiction, la littérature nationale vs. extraterritoriale, l’écriture de la frontière au Mexique, les littératures post-autonomes et dissensuelles, la représentation au féminin du corps en crise. Elle a publié deux ouvrages individuels : La literatura de frontera. Realismo, fantasía y humor, Mexico, Ed. Eón, 2018 ; Cristina Rivera Garza : une écriture-mouvement, Rennes, PUR, 2016. Elle a dirigé et co-dirigé neuf ouvrages collectifs :  Narrativa chilena contemporánea. Dictadura, neoliberalismo, textualidad y subjetividad, Ed. EAC (Editions des archives contemporaines), 2022 ; Sujetos y escrituras de la errancia en América Latina, Ed. EAC (Editions des archives contemporaines), 2020 ; 1996-2016 : Deconstrucción del espacio en América latina, Ed. EAC (Editions des   archives contemporaines), 2019 ; Ficción/no ficción del 68 en México, Ed Eón, México, 2019.

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